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Ciencia Abierta | Naturalización de los ríos y huertos escolares

Los intentos de incorporar elementos naturales a los espacios artificiales se agrupan como "naturalización"

El río Arlanzón a su paso por Burgos / G. H.
F. Javier Perales Palacios

11 de febrero 2020 - 05:00

Granada/Sirvan estos conocidos versos lorquianos como introducción a la temática que esta vez nos atañe, como es el intento desde diversos frentes sociales por incorporar elementos naturales a los espacios artificiales que hemos ido generando durante las últimas décadas, temática que podríamos agrupar bajo la denominación de "naturalización". Vamos a ir exponiendo algunas características de esta iniciativa a través de los espacios a los que afecta.

La naturalización de los ríos

Durante el siglo pasado las ciudades fueron invadidas por el hormigón, no sé sí por aparentar "progreso" o por unirse a las diferentes burbujas inmobiliarias que periódicamente nos han envuelto; el caso es que esta invasión llegó también a los ríos en sus tramos urbanos, frecuentemente con la excusa oficial de protegerse de las crecidas eventuales.

La consecuencia fue que el río se asemejaba a una acequia gorda (como la que aquí en Granada riega la Vega), lo que implicaba, aparte del negativo impacto visual, la eliminación de casi cualquier vestigio de vida silvestre. Dos ejemplos los tenemos en el río Manzanares a su paso por la Capital de España y en nuestro modesto río Genil atravesando la ciudad de Granada.

Este último fue hormigonado a rebufo de los actos y festejos del Campeonato del Mundo de esquí de 1995, enterrándose en la obra 1.500 millones de pesetas de la época. Se incorporaron también una serie de compuertas que pronto dejaron de estar operativas a la altura del Paseo del Salón, y para intentar mejorar su fría apariencia, se hizo una suelta de carpas que a la primera tormenta seria acabaron, seguramente en contra de su voluntad, en el Pantano de Iznájar.

El ejemplo del Manzanares ha debido marcar un antes y después en esta situación, y sin que sirva de precedente, el Ayuntamiento de Madrid hizo suya la propuesta de Ecologistas en Acción de renaturalizar el río, llevando a cabo un plan de acción que incluía entre otras medidas el abrir sus compuertas de forma permanente, la plantación de especies autóctonas o el aporte de barreras naturales, permitiendo de esta forma la regeneración natural del mismo a través de los sedimentos arrastrados y la germinación de las semillas que los mismos contenían. En pocos años el resultado ha sido espectacular en cuanto al aumento de la biodiversidad, volviendo a encontrar la fauna y la flora un lugar donde prosperar. Resulta impresionante la capacidad de la naturaleza de florecer a poco que le demos una mínima oportunidad.

Muy recientemente también Ecologistas en Acción han presentado a las administraciones granadinas un plan similar (guardando las distancias) para el río Genil que ojalá siga los pasos del exitoso plan madrileño.

El ejemplo de otras ciudades españolas ha sido dispar, desde la recuperación como parque de un río altamente contaminado con anterioridad, como es el río Besós en Barcelona, con sus luces y sus sombras, hasta un trazado relativamente bien conservado como el del río Arlanzón a su paso por la ciudad de Burgos.

La naturalización de la educación

Una perspectiva muy diferente es la que ofrece el intento de naturalizar la educación, aunque en el fondo comparte con la anterior el deseo de una vuelta a la naturaleza cual el filósofo Rousseau preconizara siglos atrás. Esa tendencia muestra varias manifestaciones. Veamos algunas de ellas.

Una versión profunda la hallamos en las Escuelas de Naturaleza, también llamadas Escuelas-Bosque, en las que se promueve un contacto permanente del niño con el medio natural, transformándolo en su aula de aprendizaje, fomentando la autonomía del alumno y la cooperación con sus compañeros. Aunque este tipo de centros alternativos goza de una tradición consolidada en el norte de Europa, comienza también a implantarse en España, con una presencia significativa en Madrid y Cataluña.

Una versión menos ambiciosa, aunque no exenta de valor didáctico, la constituye la naturalización de los patios escolares, que intenta dar una nueva vida a espacios muchas veces cubiertos de hormigón y sin más oportunidades que correr o practicar algún deporte. Su transformación va de la mano de la incorporación de elementos inertes como arena o agua, junto con otros como plantas o troncos secos. Cuando existe un proyecto educativo detrás, como el aprendizaje por indagación, constituyen un medio idóneo para aproximarse al conocimiento del medio por parte de los más pequeños.

Un proyecto educativo es idóneo para acercarse al conocimiento del medio por los más pequeños

Como una versión intermedia disponemos de los huertos escolares, los cuales gozan de una mayor tradición en nuestro país. Como su nombre indica, se trata de la ocupación de un espacio exterior del centro para la instalación de un huerto donde producir frutas u hortalizas. Su existencia se debe normalmente a la buena voluntad y conocimiento de sus técnicas de un grupo reducido de profesores (habitualmente uno) y a su disponibilidad de asumir la responsabilidad de sus cuidados mínimos.

Resulta relativamente frecuente en los centros de Infantil o Primaria, pero también se ha ido extendiendo a la Secundaria e, incluso, al ámbito universitario. En cualquier caso, poseen una función educadora muy rica, no solo para aprender el ciclo de las plantas o las técnicas de cultivo y conservación de los excedentes, sino también los conceptos de economía circular o de alimento ecológico. La potencialidad de este recurso didáctico en el caso de los futuros maestros tiene un efecto multiplicador, dado que cuando estos se incorporen a un centro escolar podrían convertirse en promotores de nuevas iniciativas de esta naturaleza. Esperemos que nuestra Universidad recoja el guante y dé luz verde a la creación de un huerto escolar en el Campus de Cartuja.

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